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El crecimiento benigno de la glándula
prostática es una condición patológica que
acompaña al individuo de sexo masculino con el aumento de
la edad. Este fenómeno natural determina síntomas
urinarios de intensidad variable en alrededor de dos tercios de
los hombres, los que en oportunidades requieren de los tratamientos
llamados invasivos, dado que el médico de alguna forma penetra
en el organismo enfermo con cirugía tradicional, endoscópica
o la llamada telecirugía, a través de calor, microondas
u otras formas de energía computacionalmente controlada.
Para entrar en el tema y comprender la evolución de los tratamientos
invasivos es indispensable hacer un poco de historia reciente, de
los últimos cuarenta o cincuenta años. De otra forma
no se entendería el porqué de las indicaciones actuales,
de la evolución tecnológica y del desarrollo de una
fuerte corriente de medios no invasivos para tratar esta entidad patológica.
Para comprender esta historia hay que considerar algunos aspectos
relevantes de los últimos cincuenta años:
- Aumento de las expectativas de vida de la población
general.
- Desarrollo tecnológico importante y creciente de los
últimos años.
- Aumento de las exigencias de los pacientes por calidad de vida.
- Reducción significativa de la morbimortalidad de los
tratamientos quirúrgicos.
Me ha tocado vivir alrededor de treinta años de esta evolución,
de tal forma que lo que que a continuación se describe es
una visión propia, cuyo único mérito es el
de haber sido vivida personalmente.
Como interno me tocó presenciar y llevar la evolución
de enfermos sometidos a la prostatectomía a cielo abierto
y en dos tiempos. ¿De qué se trataba esto? La condición
en que los pacientes llegaban a consultar imponía este método
de tratamiento quirúrgico. Probablemente, y salvo la sepsis
urinaria y la insuficiencia renal, la retención completa
de orina es la complicación más dramática del
crecimiento benigno de la glándula prostática. Este
acontecimiento agudo produce gran dolor y desesperación,
llevando a los pacientes en ocasiones a intentar introducirse cualquier
objeto por la uretra para vaciar su vejiga. En estas condiciones
consultaba la mayor parte de los pacientes de los años cincuenta
y sesenta.
Ante esta situación se les practicaba una talla vesical,
o comunicación de la vejiga al exterior, a fin de vaciar
la orina y prepararlos para la operación, que no sería
realizada sino después de algunas semanas. El tratamiento
quirúrgico consistía en la apertura de la pared abdominal,
en forma extraperitoneal, y de la vejiga, para acceder a la próstata
a través de ella. La glándula era extirpada digitalmente,
sin verla, sólo al tacto, y en oportunidades un enfermo la
levantaba empujándola por el recto. Terminada la extirpación,
la logia prostática (hueco que queda al sacar la glándula)
se rellenaba con gasas. Esto interponía un obstáculo
entre la vejiga y el exterior y por ello la utilidad de la talla
vesical previa.
Como se puede ver, la cirugía se hacía en grandes
adenomas, ya que la consulta se hacía tardíamente,
a ciegas, con una hemostasia primitiva y en condiciones de contaminación
por la talla previa, en una era de incipiente desarrollo antibiótico
y de medidas antiséptica. Los resultados eran una alta morbilidad,
que incluía infecciones de la herida operatoria, fístulas
urinarias de largo y difícil manejo e infecciones generalizadas
y una nada de despreciable mortalidad.
Estas condiciones hacen perfectamente comprensible que la consulta
fuera tardía y que los urólogos no fueran muy proclives
a tratar a pacientes con poca sintomatología o signología.
En resumen, el paciente con una retención completa por un
problema prostático en las décadas de los cincuenta
y sesenta enfrentaba una intervención de alto riesgo y con
una hospitalización que podía durar varios meses.
Esto ocurría en nuestro país. En USA y en Europa
ya se desarrollaba con cierta timidez la resección transuretral
(RTU). Sin embargo, sólo la aparición de la fibra
óptica y el progreso en los lentes le dieron éxito
a los abordajes endoscópicos.
Durante los años setenta, en nuestro país y en particular
en nuestro hospital, se dominaron las técnicas de cirugía
abierta que significaron adelantos. Se introdujeron la cirugía
con control visual y la hemostasia indirecta, pero vaso a vaso.
Las sondas del tipo Foley hicieron innecesaria la talla vesical
previa, y, finalmente, la aparición de una amplia gama de
antibióticos y de cuidados antisépticos hicieron caer
las complicaciones, la mortalidad y la estadía intrahospitalaria.
¿Qué sucedía en un hospital público
como el Sótero del Río?
El treinta por ciento de los pacientes consultaba en retención
urinaria o con una infección. La mortalidad postoperatoria
era del 5%, las infecciones de la herida operatoria alcanzaban al
70% y las fístula al 30%. La estadía promedio era
de 30 días. Mejores resultados se tenían en el Hospital
Clínico de Universidad Católica, pero en rangos similares.
Con este panorama, que hoy en día sería inaceptable,
se aumentaron las indicaciones de cirugía, ya que no sólo
se operaban los pacientes en retención completa, con grave
infección urinaria o peligro de insuficiencia renal, sino
también aquellos que estaban incómodos por una intensa
polaquiuria, nicturia o urgencia miccional. Se comenzó a
hablar de la importancia del residuo postmiccional como factor a
considerar para las indicaciones quirúrgicas y que más
de 50 ml de residuo postmiccional es una indicación de cirugía
sobre el adenoma prostático.
A comienzos de la década de los setenta hubo un franco progreso
en los elementos que utiliza el aparato llamado resectoscopio, que
permite realizar la RTU, lo que en mi concepto es uno de los mayores
avances en el tratamiento de la patología prostática.
Aparece la fibra óptica para el uso médico, que permite
una excelente transmisión de la luz, se mejoran los aparatos
de electrocoagulación y se hacen eficientes para actuar bajo
agua, condición obviamente indispensable en la RTU. Finalmente,
se perfeccionan los sistemas de visión endoscópica.
Sin uno o varios de estos tres elementos, y esto lo conoce visceralmente
cualquier urólogo, la cirugía endoscópica fracasa.
En Chile se inicia este tipo de operaciones en el curso de los
setenta. Sin embargo, las condiciones propias de esa época
hacían difícil adquirir esta tecnología, fundamentalmente
por su alto costo. Hacia fines de la década se impuso esta
técnica, no sin antes haber sufrido el costo de un aprendizaje
muy particular: la operación es hecha sólo por un
cirujano. Nadie vigilaba en esa época lo que realizaba el
cirujano en formación. En los tiempos actuales la televisión
permite enseñar con perfecto control por parte del más
conocedor lo que opera el principiante.
Estamos ya en la década de los ochenta.
Pocos urólogos discuten la eficacia de la RTU y, lo más
importante, los pacientes y el público en general conocen
de sus resultados. Ya en estos años la gente conoce de medicina
por revistas comunes y corrientes. Para un candidato a RTU sus posibilidades
son una estadía de más o menos 5 a 6 días,
mortalidad cercana a cero y morbilidad inferior a la mayoría
de las operaciones de un centro hospitalario.
El menor riesgo, la menor permanencia hospitalaria y la ausencia
de una molesta herida operatoria influyen claramente en el incremento
de las indicaciones y por ello del número de operaciones.
A comienzos de los noventa, y considerando el aumento de las operaciones
y el incremento de las expectativas de vida de la población,
la industria biomédica ve en esta enfermedad un campo de
alto interés. La frase anterior corresponde a una opinión
personal, la que, sin embargo, es compartida por otros urólogos.
Curiosamente, a veces la población general accede simultáneamente
o antes que el cuerpo médico a los adelantos tecnológicos
que significan tal o cual aparato nuevo para resolver los problemas
derivados del crecimiento de la próstata.
A veces las nuevas tecnologías no han pasado aún
el filtro riguroso de la ciencia y ya son conocidas por el público
que pregunta y exige. Personalmente nos ha sido difícil marginarnos
del vendaval tecnológico con resultados discutibles. Los
grandes argumentos para las nuevas técnicas están
en la esfera sexual, como la mantención de la eyaculación
en pacientes jóvenes, menor estadía intrahospitalaria,
reducción del sangrado postoperatorio y en general ampliando
las indicaciones de cirugía y del tipo de pacientes.
Algunas de las nuevas técnicas quirúrgicas permiten
operar enfermos fuera del alcance de las tradicionales. Muchas de
ellas son fácilmente repetibles, lo que es un argumento de
doble filo.
Las últimas tecnologías se refieren en general a
aparatos que emiten calor y de esa forma destruyen o pretenden reducir
de tamaño la glándula prostática o son tutores
que se colocan en la región de la uretra prostática
obstruida. El objetivo común a conseguir es la facilitación
del vaciamiento de la vejiga. |
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Habiendo revisado la historia reciente de los llamados
tratamientos invasivos del adenoma prostático o hiperplasia
nodular de la próstata entraré en materia describiendo
en forma somera cada técnica, sus complicaciones, resultados,
indicaciones y, en fin, lo que determina que un urólogo indique
o se incline por un determinado tratamiento, lo que el médico
general debe conocer para aconsejar a su paciente. Soy un convencido
de la gran utilidad de que el paciente se informe por su médico
de cabecera y no a través de la prensa no especializada.
Como norma general se puede decir que mientras menos invasivos
son los métodos para tratar los problemas derivados del crecimiento
prostático benigno, menos eficaces son. Así, a grandes
rasgos, la cirugía abierta alcanza sobre el 95% de éxito,
la RTU bordea el 90% y los otros que describiremos más adelante
alcanzan el 70%.
Cuando se analizan los resultados debe tenerse presente un factor
de la mayor importancia: el cuadro clínico y sus síntomas
regresan espontáneamente en alrededor de un tercio de los
pacientes, si éste es leve a moderado. No así una
retención completa, la que tiene más de un noventa
por ciento de probabilidad de repetirse.
Indicaciones generales de los procedimientos invasivos
Existen indicaciones que difícilmente se discuten, como las
infecciones urinarias, la sepsis de origen obstructivo urinario bajo,
la obstrucción que causa hidronefrosis, la retención
urinaria completa, la litiasis vesical de origen obstructivo y la
presencia de sintomatología que conlleva una mala calidad de
vida (polaquiuria, nicturia e insomnio, urgencia e incontinencia urinaria).
El desarrollo de la tecnología ha permitido detectar con facilidad
otras indicaciones que habitualmente preceden a las mencionadas en
el párrafo anterior, como es la presencia de residuo urinario
elevado postmiccional (mayor de 50 a 60 ml) y el descenso del flujo
urinario medido con el flujómetro. Existe además una
puntuación o score desarrollado por la Asociación Americana
de Urología y por otros, que no corresponde más que
a la sintomatología clásica con valores numéricos
y de la cual el médico puede prescindir.
Cirugía abierta
En la actualidad su indicación radica la mayor parte de
las veces en la imposibilidad de efectuar la RTU, ya sea por el
tamaño del adenoma prostático, por patología
concomitante como un cálculo mediano o grande o simplemente
por no contar con la tecnología para realizarla. Su frecuencia
es variable por las condiciones antes expuestas; sin embargo, las
cifras en hospitales desarrollados tecnológicamente deben
estar en alrededor del cinco o diez por ciento y en descenso.
En este tipo de operaciones obviamente existe una apertura de la
piel, aponeurosis y planos musculares. Todo es extraperitoneal.
Si hay herida operatoria hay posibilidad de infección de
ella, de futuras hernias, de dolor y de necesidad de una cicatrización
que, todos sabemos, no se concluye firmemente hasta cuarenta a sesenta
días. El retorno a la vida laboral se hace pasado el mes
o antes, dependiendo del trabajo a realizar.
Las formas de extirpar la próstata por cirugía abierta
son tres, pero la vía perineal está en franco desuso.
En general, dependiendo de la escuela quirúrgica, se usa
la vía transvesical, es decir abriendo la vejiga, o la vía
retropúbica, que llega a la próstata a través
de su cápsula o pared anterior. Si se comparan la incidencia
de complicaciones fistulosas, el retiro de la sonda y el alta hospitalaria,
la vía retropúbica sale favorecida.
Nosotros utilizamos la vía retropúbica o de Millin,
con adenomas superiores a 60 g, ya que, como veremos más
adelante, en estos casos la RTU es riesgosa. Practicamos la vía
transvesical en casos de patología concomitante que hace
necesario abrir, revisar u operar la vejiga, como podría
ser el caso de divertículos vesicales, cálculos u
otras entidades menos frecuentes.
En la mayoría de los casos la estadía hospitalaria
es de 7 a 10 días, tiempo en que el paciente permanece con
una sonda uretrovesical. Las complicaciones más frecuentes
son la infección de la herida operatoria (1 a 2%) y las hematurias
que requieren transfusión o instrumentalización (2
a 5%). Infrecuentemente vemos fístulas, probablemente por
los mejores materiales de sutura y la condición de los pacientes.
La mortalidad es cercana a cero y el resultado desde el punto del
alivio sintomático es excelente. En una interpretación
personal, pienso que estos mejores resultados se alcanzan porque,
a raíz del tamaño de su próstata, estos pacientes
son mucho más sintomáticos que aquellos que se someten
a una RTU con un pequeño y poco sintomático adenoma.
Así, al hacer el balance comparativo pre y postoperatorio,
el paciente muy sintomático hace una mejor evaluación
que aquel que se operó por sintomatología leve.
Resección transuretral
En mi opinión, la cirugía endoscópica es aún
la regla de oro, a pesar de los embates de otras tecnologías.
Su principal inconveniente radicaba en la dificultad de enseñarla;
sin embargo, como se mencionó en párrafos anteriores,
eso se resolvió con el acoplamiento de minicámaras
de televisión al endoscopio.
Sus límites, en cuanto al tamaño a operar, están
en directa relación a la habilidad del cirujano, y esto no
por un preciosismo, sino porque el tiempo quirúrgico no debe
sobrepasar los 60 a 80 minutos. De esta manera, si un cirujano reseca
1 gramo por minuto, sólo puede operar adenomas de hasta 60
gramos por esta vía. Si su habilidad o instrucción
le permiten menos, debe restringirse a ello.
La gran razón para establecer un tiempo máximo de
la cirugía radica en la necesidad de ejecutar el procedimiento
con un asa de corte eléctrica en un medio acuoso. Si hay
conducción de la electricidad, no hay corte de tejido. Por
ello no puede usarse suero fisiológico. También el
medio acuoso debe ser transparente y las soluciones de coloides
isotónicas no lo son.
Por todas estas razones se emplea un medio hipotónico respecto
del plasma. En el curso de una RTU mientras más tiempo transcurra,
más posibilidades de absorción de un medio hipotónico
existen. Debe recordarse que la vejiga no es indiferente al intercambio
de agua y electrólitos y que en el desarrollo de una de estas
operaciones pueden romperse vasos venosos con paso directo de la
solución irrigante a la sangre. Ocurrido el hecho y si el
volumen que pasa al intravascular es importante (un litro o más)
se tiende a la hiponatremia, la que a su vez origina los síntomas
del llamado Síndrome de RTU: tendencia al compromiso de conciencia,
náuseas y vómitos por edema cerebral. La hemólisis
de los glóbulos rojos puede comprometer la función
renal.
El tratamiento de este síndrome es preventivo, resecando
lo que se es capaz, infundiendo la solución irrigante a baja
presión. Instalado el cuadro, debe haber una rápida
y muchas veces masiva reposición de cloruro de sodio y debe
recurrirse al uso de diuréticos para eliminar agua. Con alguna
experiencia (se dice que sobre las cien RTU se sabe ya operar) y
con criterio, esta situación no debe producirse. En nuestro
hospital, que es en esencia docente, tenemos especial cuidado durante
los meses de mayo y junio, cuando los residentes inician su entrenamiento.
De regla, la anestesia regional porque, entre otras ventajas clásicas,
nos permite observar el estado de conciencia del paciente, precaución
que, aparte de otras que tomamos dentro de la sala de operaciones,
nos avisa de la posibilidad de un síndrome de RTU.
Terminada la operación, el paciente va por un período
corto a una sala de recuperación anestésica, y luego
a su pieza donde permanece con sonda por 3 a 4 días. Retirada
la sonda, el alta se lleva a cabo en 24 horas. El reintegro al trabajo
se produce en lapsos variables, según el tipo de éste,
en siete a catorce días.
El dolor es leve y sólo depende del uso de una sonda; el
paciente se levanta a las 24 horas y su alimentación es libre
desde ese momento. Las complicaciones más frecuentes son
la hematuria, que sólo ocasionalmente requiere de instrumentalización
o de transfusiones. A más largo plazo puede desarrollarse
estenosis de meato urinario (5%) o de cuello vesical, menos frecuentemente.
Con relación a la esfera sexual, la impotencia es rara si
no había fallas previas, pero la eyaculación retrógrada
es bastante usual. Esto debe ser advertido, toda vez que se están
operando enfermos jóvenes que quizás deseen mantener
su fertilidad. La satisfacción de los pacientes operados
bordea el 90%, aun cuando algunos mantienen una polaquiuria más
allá de dos o tres meses, lo cual es razonable para esta
operación hecha "interiormente". Recalco este hecho,
porque la ausencia de herida y cicatriz operatoria hace inconscientemente
menospreciar la cirugía y resalta molestias que son menores
y transitorias.
Cirugía endoscópica con láser
De gran similitud a la RTU, tiene sobre ella ventajas y desventajas.
El aporte del láser radica en la posibilidad de evitar al
máximo las hemorragias y con ello teóricamente reducir
el tiempo de sonda y por ende la hospitalización. Las desventajas
son las de ser extremadamente lento en comparación con el
corte por corriente de alto voltaje que se ocupa en la RTU, por
lo que se le reserva para adenomas pequeños. Permite operar
enfermos de alto riesgo quirúrgico e incluso a aquellos que
reciben tratamiento anticoagulante. Por razones que desconocemos,
los pacientes operados con láser tienen mayor disuria y por
más largo tiempo que los sometidos a RTU, lo que hace necesario
un tiempo mayor o similar de sonda que la cirugía endoscópica
clásica. La gran complicación en el largo plazo es,
en mi opinión, la necesidad de repetir el procedimiento por
insuficiente. Con este tipo de cirugía sobre la glándula
prostática y con las que se describen a continuación
no se obtienen muestras para biopsia.
Es posible entonces no diagnosticar un cáncer prostático.
Debe recordarse que existen cánceres de la próstata
con antígeno prostático específico normal.
En el futuro, el progreso en las asas o puntas que entrega la energía
láser podría revertir las desventajas actuales de
esta interesante tecnología.
Electrovaporización endoscópica
Muy similar a la RTU, se diferencia de ella en que se usa corriente
5 a 6 veces más potente. Reservada, por razones similares al
láser, a adenomas pequeños o medianos, ha caído
en desuso por las claras ventajas que sobre ella tiene la RTU. Al
igual que el láser, permitiría un alta más precoz.
En nuestro hospital la dejamos de hacer por no encontrar ninguna ventaja
clara sobre la RTU.
Tratamientos por calentamiento prostático
Existen diferentes aparatos que producen una elevación de la
temperatura de la próstata a cifras que fluctúan entre
40 y 50° C mediante diferentes fuentes de energía. El
tratamiento es ambulatorio, anestesia y con poca analgesia. Su utilidad
está cada día en mayor discusión y sus resultados
llegarían estadísticamente a alrededor del 60%. En nuestra
experiencia los resultados fueron inferiores, y por ello y al cabo
de treinta a cuarenta procedimientos dejamos de usarlo y no lo aconsejamos.
Uso de tutores o stents
Corresponden a tubos de diferentes materiales y duración, que
modelan la uretra obstruida por el adenoma prostático alrededor
de ellos. Nuestra experiencia es reducida, porque inicialmente su
costo era muy alto y porque su futuro es incierto. Los hemos reservado
para unos pocos casos de enfermos que muy difícilmente tolerarían
cualquier otro tipo de solución quirúrgica.
Dilataciones con balones
Están en franco desuso, por sus malos resultados en el mediano
plazo.
Fisiopatológicamente, su acción de dilatar una zona,
como la próstata, de por sí elástica, no resiste
muchas explicaciones. Hay estudios doble ciego que comprueban que
sus resultados son los mismos que una cistoscopia.
Finalmente quisiéramos decir que los tratamientos no invasivos,
en particular algunas drogas, tienen un claro espacio que se ha
creado en desmedro de aquellos tratamientos invasivos con resultados
poco alentadores. |
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